viernes, 9 de abril de 2010

Una terapia de desaceleración

Hora punta en una estación de metro en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol. El instrumento es nada menos que un Stradivarius de 1713. El violinista toca piezas maestras incontestables durante 43 minutos. Es Joshua Bell (Estados Unidos, 1967), uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca. No había caído en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento recogido por el diario “The Washington Post”: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza.” A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin pararse. En total, ganó 32 dólares. No hubo corrillos y nadie le reconoció.

Cada vez es más habitual estar dedicado a varias actividades a la vez: trabajar con el ordenador o estar navegando por Internet mientras se ve la televisión, jugar en el móvil o mirar el correo electrónico mientras vas caminando por la calle, hablar por teléfono con el manos libres mientras conduces, escuchar música mientras corres.

Esa diversificación existe también en Internet, donde procesamos una cantidad increíble de información a un ritmo frenético. Nos llegan al correo electrónico / programa de lector de “feeds” información relativa a los 50 grupos de LinkedIn a los que estamos subscritos, 30 blogs de los que somos lectores habituales, noticias de los 5 periódicos que nos gusta leer, actualizaciones de estado e información de nuestros 100 amigos de Facebook, 75 mensajes de Twitter de los 200 usuarios de los que somos “seguidores”, y lo tenemos que procesar en el reducido tiempo que nos permite nuestra jornada laboral.

De todo lo anterior se desprende que estamos viviendo a una velocidad ilógica, reduciendo, en el intento de sacar el máximo rendimiento de nuestro tiempo, la capacidad que tenemos y el tiempo que dedicamos a  saborear cada uno de los infinitos estímulos que recibimos a diario. Llegando, en ocasiones, a prestar poca atención a aquellos que realmente importan (hijos, familia, placeres cotidianos, trabajo bien hecho, etc.).

Debemos centrarnos en lo que hacemos, disfrutar de los instantes, deleitarnos con cada actividad que desarrollamos, tomarnos el tiempo para profundizar en nuestras reflexiones, escuchar con calma, marcarse objetivos realistas. Para ello, es imprescindible no rellenar nuestro tiempo hasta el último hueco ni intentar abarcar lo inabarcable.

Tenemos que saber encontrar un compromiso ponderado entre los nuevos estímulos y los que realmente importan, pues la vida simplemente es aquello que pasa mientras intentas planificar como quieres que suceda.