“Los músculos se fortifican; los nervios, por el contrario, se debilitan con un empleo excesivo. Conviene, pues, ejercitar los primeros con todos los esfuerzos convenientes y economizar a los segundos todo esfuerzo; por consiguiente, evitemos a nuestro cerebro toda lucha forzada, demasiado sostenida e intempestiva” (Schopenhauer).
Para lo anterior, es necesario examinar en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía mental, puesto que esta es finita y debemos sacar el máximo provecho de ella, utilizándola de una forma eficiente y constructiva.
Cada uno de nosotros tiene una amplia gama de preocupaciones: salud, hijos, trabajo, pareja, familia, etc. Dichas preocupaciones a las que dedicamos tiempo y que nos consumen energía mental, las podríamos categorizar como pertenecientes a nuestro “círculo de preocupación”. Se trata de un concepto que nos ayudará a establecer límites entre aquellos aspectos que nos preocupan de aquellos con los que no tenemos ningún compromiso mental o emocional.
Cuando revisamos las preocupaciones que se encuentran dentro de dicho círculo resulta evidente que sobre algunas de ellas no tenemos ningún control real, y con respecto a otras, podemos hacer algo. Podemos identificar las preocupaciones de este último grupo circunscribiéndolas dentro de lo que denominaremos “círculo de influencia” más pequeño.
A continuación es necesario determinar cuál de estos dos círculos es el centro alrededor del cual gira la mayor parte de nuestro tiempo y energías.
Las personas cuya respuesta sea “el círculo de preocupación” son personas reactivas, su foco se sitúa en los defectos de otras personas, en los problemas del medio y en circunstancias sobre las que no tienen ningún control. De lo cual, resultan sentimientos de culpa y acusaciones, un lenguaje reactivo y sentimientos intensificados de aguda impotencia. La energía negativa generada por ese foco, combinada con la desatención de las áreas en las que se puede hace algo, determina que su círculo de influencia se encoja.
Estas personas reactivas, deben hacer un esfuerzo por centrarse en el “círculo de influencia”, centrarse en aquello que puedan hacer o cambiar que dependa directamente de ellos, respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué puedo hacer que dependa exclusivamente de mí? Lo anterior, crea una energía positiva que nos cambia a nosotros e influye en las circunstancias. De esta forma, estamos utilizando la energía de nuestro cerebro de forma efectiva, economizándola y sacando un mayor partido de ella.
Debemos reconocer que está en la naturaleza de las personas reactivas el absolverse de toda responsabilidad con las circunstancias, apelando en muchas ocasiones a las flaquezas de algún otro. Es complicado admitir que se tiene el poder de elegir la respuesta, y que en función de la misma, puedes influir directamente en las circunstancias.